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El fervor marino y trascendente de la escultura de Juan Vicente Azorín
La creación escultórica de Juan Vicente Azorín se basa en la dinámica de la forma ondulada, exhibiendo la densa suavidad de las curvas, las formas redondeadas de sus obras mitológicas, claramente marinas, de ascendencia helénica, mediterránea, influidas por su conexión con el mar.
Su contacto con el medio marino es evidente, dado que es natural de Alicante, pero también, porque el mar es el agua, elemento esencial que forma parte de la dinámica primordial esotérica.
Trata la piedra blanca, mármol, onix, las diversas técnicas mixtas y el hierro de manera tal como si fueran balanceadas por el agua del mar, sujetas a su constante ronroneo, energía que mece la piedra y la pule, exhibiendo su esencia armoniosa o bien incide en el hierro, oxidándolo. Todo varía, se transforma, transmuta en un escenario cambiante, pero, sin embargo, insertado en una misma dinámica de experimentación y búsqueda
Es un captador de energía, pero, también, un canalizador, dado que recoge la energía marina, procedente de la importancia del gesto del mar, del vaivén de las olas y transmite su espíritu a la piedra. De ahí que su obra tridimensional se base en la armonía sagrada de los espíritus marinos, de la congregación de sutilidades espirituales contenidas en la determinación de la gran masa de agua que nos arropa y protege, maternal figura, de los malos augurios, aun cuando a veces muestre una fuerza colosal que asusta.
Exhibe sirenas, figuras mitológicas en homenaje a la Naturaleza. Exhibe maternidades, reflejando sentimientos de unión, cariño y dulzura. Todo ello enlazado con la idea perenne de la trascendencia que engloba, cual portaestandarte, una visión clara de la transmutación de la materia.
La materia no es inerte, está viva, sujeta al paso del tiempo y a la acción de los elementos, en este caso del agua del mar, de la energía de las mareas, del oleaje que encierra la vitalidad en sí misma, producto del cambio asimétrico o armonioso, según sean las circunstancias.
Es un afamado conversador del mar, lo que es arriba es abajo y lo que está abajo es arriba. Todo es consecuencia de algo, porque a partir de una acción se produce una reacción. No hay aislamiento en la dinámica del acontecer de las cosas.
El aislamiento es una figura mental, ficticia, elaborada por el cerebro para autoprotegerse, pero, en realidad, la propia existencia compagina todas las partes y elementos. Cada idea tiene sus particularidades, pero está claro que al final todo es interdependiente, de ahí que conectemos con el consciente e inconsciente individual y colectivo. El artista bucea en este magma, nada hacia las peculiaridades, busca la originalidad, la chispa que encenderá su luz, pero entiende que todo es porque el ser es la globalidad.
En el caso del creador valenciano contacta con el rey Neptuno, el rey del mar, quien gobierna las energías sutiles y las bravas, además de las zonas bellas, de los seres bellos, como son las criaturas de la estética del líquido elemento. Se trata de los adorables seres del culto del agua, que fluye constante y que determina el movimiento. Un movimiento, que, además de bello, está representado en una de sus criaturas más adorables: la sirena.
Mitad mujer, mitad pez, simbiosis cósmica y terrestre.
La parte femenina, la mujer que hay en ellas, la madre, corresponde a la tierra, a la materia, que es la base que conjuga la concreción. Porque en la materia está la luz, la iluminación que antecede a todo lo que gobierna el universo.
La cola, la mitad pez de la sirena, es la parte cósmica, la que constituye la definición de la dinámica de la energía, es decir, el sentimiento, el movimiento. De esta manera, energía y materia, cuerpo y alma, vacío y lleno, yin y yang, configuran una parte del todo, que es el vacío, la nada o el lleno, la sirena, la mitificación que posee en su seno la semilla de un acto evidente de transformación.
Juan Vicente Azorín, se sumerge en el Mediterráneo, en un enclave privilegiado, domina el cambio de energías, la marea, el vaivén del oleaje, observa la acción del mar, de ahí que en algunas de sus esculturas más expresivas utilice la arena marina combinada con el hierro, mientras que en otras emplee la piedra blanca, gastada por el mar y el mármol.
Sus esculturas van del expresionismo naturalista del hierro, que significa la constatación del paso del tiempo, la evolución de los segundos que caen, la oscilación permanente que fluye hacia el objetivo de la traslación hacia otras dimensiones, a la gracilidad móvil y dinámica de sus obras realizadas en piedra blanca, con reflejos de nácar.
El hierro es el símbolo del pasado, del poso del tiempo, del bucle energético que se ha fijado en el ayer. La piedra blanca es símbolo de fuerza, entereza, capacidad de fijación de las características de personajes y mitos, seres surgidos de la tierra, bios, biología, la vida en intensidad y valentía.
Se trata de esculturas alegóricas, originarias o inspiradas en la mitología, en el concepto ideal de iluminación procedente de los dioses y de los hechos que, gracias a las leyendas, se convierten en mitos. En ellas se revelan inquietudes, intuiciones, vida.
Explora en lo mitológico, porque va más allá de lo cotidiano, dado que busca representar aquello que exalte hechos inverosímiles, catapulte a personajes de leyenda hacia la dinámica de la trascendencia, hacia lo más alto del pabellón dorado. Un pabellón que se mantiene estable, en el sentido de expresar energía, sutil bravura, fuerza imperecedera, que busca trasladarse de un ser a otro, de un mundo a otro, de un sistema a otro, de un planeta hacia otro sistema.
Somos universo, porque todos somos uno. Y de ahí que el creador escultor mitifique el mar, como parte de un universo, entorno en el cual giran los ecosistemas y la propia vida.
También trata de expresar aquellos elementos, seres y componentes que están amenazados como son las posidonias, exhibiéndolas no sólo descontextualizadas, sino, también contextualizándolas en su punto de partida: en el propio mar.
Su obra es figurativa, pero posee un cierto culto alegórico, porque no describe el detalle, no le interesa el carácter realista de sus temáticas, sino lo que encierra. Por consiguiente es un artista que bucea en el interior de lo que no existe, para transportarlo a un escenario real, tangible, como es la escultura, pero, a su vez, su objetivo es ir más allá de lo que exhiben, porque entra en el limbo de los dioses, busca las pasiones imaginarias donde se escenifican las grandes epopeyas.
Su creación es construida, confeccionada con mimo, deteniéndose en los aspectos estructurales específicos importantes, pero, también busca la expresión del gesto, que es libertad, que es, en definitiva, el alma del mar.
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
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